jueves, 28 de agosto de 2008

Silent Möbius queda más lejos de lo que uno cree

Eso de los agüeros nunca ha sido lo mío. Uno tiene ahí unos cuantos, sobre todo por cuestiones de crianza, pero en realidad nunca les paro muchas bolas. Pero, vida berraca, me di cuenta que eso de que en “trece ni te cases ni te embarques” viene siendo como cierto. El viernes pasado fue viernes trece y nos fuimos de paseo con la Preferencia Occidente para las instalaciones de Silent Möbius en Japón. Ahora, Silent Möbius queda cerca, no es el viaje más largo que pueda hacer uno en la existencia; pero a nosotros nos duró como el berraco: probablemente nos hubiera rendido más si nos vamos para la costa.

Hemos salido de Bogotá como a la una de la tarde, pero para esa hora ya había sucedido el primer percance. El hijuemadre bus se había estrellado. A mí ya eso me dio como mala espina, porque no empezó como bien la cosa. Pero bueno, llegó el bus y me recogió. Yo me subí con el pie derecho, por si las moscas, pero no bastó para contrarrestar el enorme bulto de sal que había caído sobre nosotros, la inmensa conspiración que el universo había puesto en marcha para alargar el viaje y alejar Silent Möbius unas cuantas horitas más.

Porque no bastando el primer estrellón con arruinada de retrovisor y todo, además de que el conductor no era precisamente Lewis Hamilton ni mucho menos Kimi Raikkonen, estamos como en Jericó (creo) y el señor conductor vuelve y se estrella. En una maniobra que desobedeció como doscientos años de leyes de la física, el conductor le montó el bus a la defensa de un jeep, causando un pequeño rayoncito en el lado del bus y destrozando la placa del inerme jeep. Ahí ya nos estábamos diciendo que cómo carajos podíamos ser tan de malas: madrazo va, madrazo viene, pero logramos salir de la estrellada y seguimos nuestro camino, que, no siendo suficiente con lo que ya había pasado, el conductor no conocía bien. Eso si se llama estar de buenas.
Pero como el sabio Murphy dijo, toda situación es susceptible de empeorar. Cuando ya creíamos que Silent Möbius estaba al alcance de nuestras deseosas -de- licor manos y nuestros cuerpitos anhelantes de animé, idioma japonés y glorias, vamos por una subida y adivinen que: ¡Se varó el bus! ¡Carajo, se varó el desgraciado bus! ¡En una curva y en subida! Esta suerte está como para apostar en un casino, no joda. Nos tocó bajarnos del bus y empezar a ver que carajos se hacía. Unos terminaron de agentes de tránsito parando todos los camiones que venían. Se armó horrendo trancón y creo que más de uno maldijo nuestras almas. Otros intentamos empujar el bus, pero no se movió mucho que digamos. Se intentó prender en reversa y tampoco. Así que se logró acomodar el bus en una bahía al lado de la carretera (donde había un estudio de los Parchis de Argentina y Perú) y a ver que rayos íbamos a hacer.

Hermanitos, a echar dedo a ver si alguien nos lleva hasta la sede de Silent Möbius. A unos los llevaron, otros nos tocó pagar pasaje en busesitos que iban para el pueblo, con el tradicional regateo, o reggaetón si es que se puede decir, porque no hay derecho a que le cobren a uno como si estuviera desde el principio del recorrido. Después de un trancón, hijuemadre, llegamos. Como tres horas después de lo presupuestado, pero lo logramos. Casi que no. Que alegría más grande. La Odisea come chitos al lado de este periplo por las carreteras del mundo entero.

Y ese fue el lindo viajecito hasta allá. Después si todo fue diversión, al son del porro, la gaita y la cumbia se pasó muy bueno, se comió, se bailó, se bebió: sobre todo se bebió. Fiesta junto a las Silent, se llegaron a compartir cosas con las Silent en Japón. Fiesta al lado de piscina: mi primera fiesta tipo traqueto de telenovela. Y anécdotas para contarles a los nietos o para recordar con los amigos muchos años después frente al pelotón de alicoramiento. Además una experiencia de estas seguro une a la gente, por que lo absurdo de la mala suerte con el condenado bus nos unió a todos en un madrazo colectivo.

Ah si, se me olvidaba: cuando llegamos aquí a Bogotá e íbamos todos a ver el partido en el chuzo de un amigo, el bus se volvió a varar.